
Durante la antigüedad, la teoría comúnmente más aceptada fue sin duda la de la “generación espontánea”. Dicha teoría argumentaba que los seres vivos surgían a partir de sustancias inorgánicas o de sustancias orgánicas en descomposición. Un ejemplo de esta teoría lo encontramos en la afirmación de Van Helmont en el siglo XVII en la que afirmó que los ratones nacían de los trapos viejos y húmedos que se encontraban guardados en las buhardillas. Aunque parezca increíble, esta teoría continuó vigente hasta el siglo XIX con numerosos seguidores.

En la actualidad existen dos teorías que son las más aceptadas como explicación al surgimiento de la vida en nuestro planeta.
La primera teoría afirma que la vida fue traída a la tierra mediante meteoritos procedentes del espacio exterior. Realmente este argumento no termina de solucionarnos la cuestión de cómo surge la vida, ya que simplemente explica que la vida se encontraba en otras partes del universo y llegó a nuestro planeta de forma fortuita.
La segunda teoría es la que más fuerza tiene en la actualidad. Fue desarrollada por el bioquímico ruso Alexander Oparin y su colega el científico Haldane, y más recientemente por el norteamericano Harold Urey. Según estos científicos la atmósfera de la primitiva Tierra se encontraba formada en su mayoría por metano, amoniaco y vapor de agua. La falta de oxígeno en la atmósfera hacía que nos existiera ninguna pantalla protectora para la parte más activa de las radiaciones solares, por lo que el amoniaco, metano y vapor de agua reaccionaron entre sí debido a las radiaciones ultravioletas y surgieron así las primeras moléculas orgánicas de las cuales se derivarían después todos los organismo vivos.
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