Los orÃgenes según los húngaros
Al principio no habÃa tierra, ni animales ni plantas. Al principio sólo existÃa el Mar Sagrado, con sus eternas olas siempre en movimiento. Pero en las alturas, en una casa dorada, y sentado siempre en su trono de oro, vivÃa también el Gran Padre de los Cielos.
El anciano, de barbas y cabellos blancos, cubierto con unas vestiduras negras recubiertas de miles de estrellas centelleantes, tenÃa siempre a su lado a su mujer, la Gran Madre Celestial, que se vestÃa con blancas vestiduras que también quedaban cubiertas por miles de estrellas. El Padre y la Madre Celestiales habÃan vivido desde el principio de los tiempos, y vivirÃan hasta el final de los mismos.
Los padres celestiales tenÃan un hijo de cabellos dorados: el Dios Sol. Y fue éste el
que un dÃa le preguntó a su Padre:
- ¿Cuándo crearemos el mundo de los humanos, mi querido padre?
A lo que el padre, después de mucho pensar, respondió:
- ¿Cuándo crearemos el mundo de los humanos, mi querido padre?
A lo que el padre, después de mucho pensar, respondió:
- Mi querido hijo, tienes razón. Creemos un mundo para los humanos y asà ellos,
que serán tus hijos, tendrán un lugar en el que vivir.
- ¿Y cómo crearemos ese mundo?- preguntó de nuevo el Hijo.
- Asà es como lo haremos- respondió el Padre- En las profundidades del Mar Eterno, se encuentran las semillas durmientes que darán lugar al mundo. Desciende, por tanto, a las profundidades del gran mar y trae esas semillas, y asÃ, podremos crear un mundo de ellas.
El Hijo se preparó entonces para la misión que le habÃa encomendado su Padre y, para poder cumplir mejor sus objetivos, se transformó en un pájaro dorado, un pájaro capaz de bucear.
Y asÃ, en forma de pájaro, voló hacia el Mar Eterno.
Al llegar a la superficie del mar, se dejó mecer por las olas durante y un rato y, entonces, se sumergió y buceó hacia las profundidades del Azul, buscando su fondo. Pero se vio incapaz de alcanzarlo y, sin respiración, se vio obligado a volver a la superficie a tomar aire.
AllÃ, descansó un rato, y, cuando hubo cobrado fuerzas de nuevo, cogió aire profundamente y se sumergió de nuevo en las azules profundidades. Y buceó más profundo, hasta donde ya no habÃa luz, y siguió buceando en la oscuridad. Y el aire de sus pulmones se iba liberando lentamente, y las burbujas de aire que se elevaban en el agua eran como perlas que se rompÃan al llegar a la superficie del mar.
Al final, golpeó el fondo del Mar y, tomando un poco de su arena con su pico, volvió con ella rápidamente a la superficie del agua. Y entre la arena que habÃa cogido en el fondo del Mar Eterno, se encontraban las semillas durmientes.
Y las semillas durmientes, una vez fuera del agua, se abrieron y crecieron, y se
transformaron al fin en seres vivientes.
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