martes, 25 de octubre de 2011

EUROPA


Los orígenes según los griegos

Antes del mar, de la tierra y del cielo que todo lo cubre, la naturaleza tenía en todo el universo un mismo aspecto indistinto, al que llamaron Caos: una mole informe y desordenada. Y aunque allí había mar, tierra y aire, la tierra era inestable, las aguas innavegables y el aire carecía de luz. Nada conservaba su forma, y unas cosas obstaculizaban a las otras, porque dentro de un mismo cuerpo lo frío se oponía a lo caliente, lo húmedo a lo seco, lo duro a lo blando, y lo que no tenía peso a lo no pesado. Entonces un dios separó el cielo de la tierra y la tierra de las aguas, y dividió el cielo puro del aire espeso. Cuando hubo desenredado estas cosas, y las hubo separado en lugares distintos, las entrelazó en pacífica concordia. El fuego surgió resplandeciente, y ocupó su lugar en la región más alta; próximo a él por ligereza y por el lugar que ocupa estaba el aire. La tierra, más densa que los anteriores, absorbió los elementos más gruesos, y quedó comprimida por su propio peso y el agua, fluyendo alrededor, ocupó los últimos lugares, y rodeó la parte sólida del mundo.
Después ordenó a los mares que se expandieran, y rodearan las costas que ciñen la tierra. Añadió también fuentes, estanques inmensos y lagos, y contuvo entre orillas a los ríos. También ordenó que se extendieran los campos, se hundieran los valles, se cubrieran de hojas los bosques y se elevaran las montañas de piedra.
Apenas había acabado de dividir todas estas cosas con límites bien definidos, cuando las estrellas, que durante largo tiempo habían permanecido apresadas en una ciega oscuridad, empezaron a encenderse y a centellear por todo el firmamento. Y para que ninguna región se viese privada de sus propios seres animados, las estrellas y las formas de los dioses ocuparon la superficie celeste, las olas se adaptaron a ser habitadas por los brillantes peces, la tierra acogió a las bestias y el blando aire a los pájaros.
Pero todavía faltaba un animal más noble, más capacitado por su alto intelecto, y que pudiera dominar a los demás. Y así nació el hombre bien porque el artífice de las cosas lo fabricara con simiente divina, o bien porque la tierra que aún conservaba en su interior alguna semillas del cielo junto al que había sido creada, fuera mezclada con agua de lluvia, plasmando con ello una imagen a semejanza de los dioses.
Y mientras los demás animales miran al suelo cabizbajos, al hombre Dios le dio un rostro levantado y le ordenó que mirara al cielo, y que, erguido, alzara los ojos a las estrellas. 




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